viernes, 1 de abril de 2011

Arrullo

Un dia vino a mí, sin así desearlo un niño de desorbitados y redondos ojos llorones, dueño de unas rechonchas mejillas rosadas. Lo sostuve en mis brazos con la dulzura que su desesperación pedia. Pero también con la desesperación que mi alma tenía.
El sólo contacto de mi piel y la suya operaron  un cambio en su voz. Abandonó el griterio para mirarme con mudo asombro.Tomé una de sus redondas manos y besé la punta de sus dedos. Mordí levemente con mis labios, cada uno de ellos. Él miraba sin pausa con sus pestañas rizadas hacia la luna. La oscuridad rodeaba nuestros cuerpos unidos por el abrazo de ambos y el silencio. Estiró su brazo y me devolvió la caricia suave y golpeteó con dulzura el borde de mi cara, me rasguñó suavemente el mentón. Buscó mis ojos con sabiduría, reconociendo la entrada a todos mis secretos.
Me miró con la certeza de entender el porqué yo lo necesitaba, sin conocerlo, sin haberlo amado sino hasta ése preciso momento. Me reconoció como quién reconoce a un viejo amigo de la escuela. Comprendió la desesperada necesidad de darle a él lo que se le negaba y me lo agradecía.
Entendió que no sólo ése era el motivo de mis calladas palabras. Supo todo de mí. Y me regaló una sonrisa estrellada. Y yo dejé que se me volara el pecho como una adolescente enamorada, le dije adiós a las palabras anudadas y sin pensar más nada liberé al aire el persistente arrullo que mi pecho enclaustraba. Mirando todavia sus ojos alunados, le cante la historia de la estrella en camisón, le cante que era bueno, que era bello y que lo amaba. Que desde ese preciso momento mi corazón lo atesoraba, como aquel bebé que ya no lloraba y escuchaba sonriente mi único arrullo de madre negada.

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